El domingo 1 de diciembre de 1985, tras una operación que inició a primeras horas del día con la recuperación del órgano y terminó a las 11:45 de la mañana tras comprobar que ya había sístole y diástole, Colombia tuvo su primer trasplantado de corazón.
Se llamaba Antonio Yepes, tenía 36 años, era obrero de la construcción. Vivió 22 meses más gracias a ese regalo.
“Fue algo muy bonito cuando la familia del donante dijo: sí”, recuerda ahora, 30 años después, el cirujano cardiovascular Mario Montoya Toro.
Él, actual director emérito de la Clínica Cardio Vid, fue uno de los integrantes del equipo médico que puso a latir el corazón de uno en el pecho de otro.
El donante estaba en la Policlínica del San Vicente, el receptor, en la Cardiovascular. La coordinación fue milimétrica: mientras allá extraían el órgano, allí abrían el pecho de Antonio.
El 2 de diciembre, compartiendo espacio con la fotografía de Efraín Rico, primer campeón de la Vuelta del Porvenir, EL COLOMBIANO registraba en su primera página y a tres columnas el logro científico.
Ahí leyó la noticia Eduardo Agudelo Londoño. Tenía 45 años entonces, llevaba cuatro meses hospitalizado y sospechó una oportunidad para solucionar su miocardiopatía en el ventrílocuo izquierdo. De esa primera operación puede que no tenga ni la menor idea Emanuel Torres Mazo, quien en 2006, 21 años después de ese primer domingo de diciembre de 1985, protagonizaría un capítulo más en la historia médica y científica del país.
Veintinueve años de más
Michael Collins es el tercero de una hazaña espacial. Si tiene un mal día en el trabajo recuérdelo a él, que viajó en el Apolo 11 con Armstrong y Aldrin, pero que no pudo pisar el suelo lunar.
Eduardo Agudelo Londoño también es el tercer personaje en una lista. Primero trasplantaron a Antonio Yepes, después a Fabio Agudelo, luego a él. Lo operaron el 20 de julio de 1986. Su intervención ya no apareció en la parte superior de la primera plana del diario, no porque no fuera importante, había pasado la novedad.
Sin embargo, ese músculo donado late hace 29 años y cuatro meses en su caja torácica. Eduardo es el colombiano que ha sobrevivido más tiempo tras recibir otro corazón. Vio crecer a sus hijas y conoció a sus nietos.
Las estadísticas señalan que las probabilidades de vida después de un trasplante de este tipo son del 90% a los 30 días, del 85% al año y del 75% pasado un lustro. La mediana de supervivencia indica que uno de cada dos pacientes está vivo tras 12 años de haber sido trasplantado.
De aquel día, recuerda que lo llevaron a cirugía a las 2:30 p.m. y que, al despertar, una enfermera le dio la hora (5:30 a.m.) y le confirmó que ya le habían cambiado el corazón. A los tres meses volvió a Coltejer, en donde trabajó 10 años más y de donde se pensionó hace dos décadas.
Cuando saluda aprieta la mano con fuerza. Usa bastón porque le duele la espalda. Se levanta a las 6:30 de la mañana. Se toma un tinto. Se baña. Riega las matas. Desayuna. Sale a caminar. Va de su casa en el barrio San Marcos, en Envigado, al parque principal, donde se queda hasta casi el mediodía.
Complementa su menú diario con siete pastillas cuyo nombre lleva anotado en un cartón que saca del bolsillo de su camisa: Losartán, Prednisolona, Furosemida, Lovastatina, Warfarina, Ciclosporina y Azatioprina.
Dejó para siempre el aguardiente, cuando hace mucho calor se toma una cerveza y en las reuniones acepta una sola copa de vino.
Su corazón (suyo desde el momento en que se lo pusieron) ha trabajado bien y sin problemas. “Yo quedé muy bien operado. Lo supe el día que mataron a mi hijo”.
Fue ese un año triste: murió su papá, perdió a un tío, a su hijo y a un hermano. El dolor no le reventó el pecho.
No conoció al donante, pero piensa en él. “¡Ave María, claro! Con alma y vida. Cierro los ojos y les doy las gracias, a él y a su familia”.
Un niño de 12 semanas
El corazón late desde la tercera semana de gestación y, en una persona de 75 años, puede haberlo hecho alrededor de tres mil millones de veces. El de Emanuel Torres Mazo ni se acercó a esa cifra. Con apenas tres meses de existencia, el suyo ya no funcionaba bien por culpa de una cardiopatía de origen viral.
El niño de hoy, el de los 9 años, 1.31 metros y 31 kilos, entró al quirófano el 15 de noviembre de 2006 cuando era un bebé de 12 semanas, abundante cabellera, 4.6 kilogramos y 55 centímetros. Tras cuatro horas de operación se convirtió en el colombiano más joven en recibir un trasplante de corazón.
Usa los dedos de las manos mientras busca en su memoria los nombres de las pastillas que se toma. “Son cinco”, dice. Debajo de la camiseta se adivina el holter, el monitor que le conectan cuando va a revisión, cada tres meses. “También me hacen biopsia, cateterismo y eco”.
Su vida transcurre en Manrique, en su casa donde juega Xbox con su hermano Jefferson, en el colegio Baldomero Sanín Cano, en la calle donde de vez en vez funge de portero o de defensa en picaditos infantiles y en la Cardio Vid. Camina por los pasillos de la clínica recibiendo saludos, entra a las oficinas como Pedro por su casa para despedirse, sabe cuál es la mejor cafetería para comprar una chocolatina. “Esta es como mi finca… ¿Sí le puedo decir así?”.
No podría ser de otra manera: estuvo hospitalizado cuatro meses y el día que volvió a su casa hubo fiesta, abrazos y lágrimas de alegría. Lleva nueve años volviendo para sus revisiones. Hasta ahora, todo está en orden.
Su trasplante sí estuvo en las primeras páginas de este diario. A cuatro columnas con foto de él, de Jáider su papá y de Claudia su mamá. Aun así, apenas hace un par de años empezó a preguntar en serio el porqué de la cicatriz en su pecho, por el origen de ese corazón que ahora es suyo y que antes fue de una niña de 14 meses.
Es curioso y algo necio, se le da mejor la música que las matemáticas, corre, salta, juega, se sienta al lado de Eduardo Agudelo Londoño, cruzan un par de palabras, caminan despacio.
“Manéjese bien”, le dice el hombre de los 29 años trasplantado. Sonríe el niño trasplantado a las 12 semanas de nacido.
Fuente: www.elcolombiano.com